
Ceremonia del cañonazo de las 9 de la noche desde la fortaleza de La Cabaña, en el parque histórico militar Morro Cabaña, en La Habana.
Pequeña serenata nocturna*
“Muelo y rehago habitando el tiempo, como le cuadra a un hombre despierto”
Silvio Rodríguez
Me sorprende la madrugada y aún no duermo, hace tres horas que espero el cañonazo. Uno es así, animal de costumbres, y si no llega el estallido a lo lejos, aunque oscurezca, uno siente que la noche está incompleta.
Es como levantarse de la cama con una sola media o desayunar sin pan; hay cosas a las que uno no quiere acostumbrarse.
Colgamos una bandera y una foto de Martí detrás de las mesas donde los curiosos hojean los libros mientras preguntan por el Che o Fidel.
Cuba es un nombre cualquiera en la voz de su desconocido, pero en el que habita el país día a día o en quien lo cargó en su espalda para el viaje, Cuba es también uno mismo.
Hemos pasado las noches en Antofagasta respirando la sal del océano Pacífico, abrigados por el calor humano de los chilenos que admiran la historia de la Isla grande de las Antillas y a los que nacimos en ella.
Cuba tiene un rincón en la Feria del Libro de esta ciudad, y allí van a rendirle tributo el cubano que vive en los Cerros, el que pinta rostros con plumilla, el que prepara mojito y cosecha plátano burro en el patio de su casa.
No hay cortesías homogéneas, porque no hay seres humanos iguales, pero todas llegan con calidez y nostalgia.
Emigrar a veces es abandonarse a uno mismo, someterse al limbo de estar y no estar en el nuevo y en el viejo sitio. Es una despedida a medias, pasar páginas de un libro infinito y de una sola historia.
Es levitar entre lo que fue y es, entre la sensación de hacer lo correcto y el miedo a arrepentirse en el futuro.
Muchos de los que se van quisieran quedarse o llevar consigo lo mejor de sus vidas, y adicionarlo al entorno nuevo, pero en el fondo es sabido que cuando se levanta la raíz del suelo, la tierra nunca será la misma, aunque se regrese en la misma posición.
Llevarse de cada país un trozo y armar los fragmentos como un rompecabezas hasta llegar al país perfecto que cada cual dibuja, solo es posible
en la imaginación.
En Antofagasta no suena el cañonazo de las 9, ni las luces del Capitolio se ven desde la ventana. En Antofagasta no llueve, apenas las nubes esconden al sol, y la temperatura es lo mismo media que baja; sin embargo, uno siente que pudiera vivir en este invierno, todas las ciudades tienen encantos, todos los países son un nombre cualquiera y a la vez la propia energía de quién se siente parte.
Descubrir tu lugar en el mundo puede ser un propósito, un modo de vida; hay quien lo encuentra a la vista, hay quien se pierde buscando, hay quien acepta que su lugar está en la aventura o en todas partes.
Hay quien no busca, hay quien lo descubre de madrugada, cubierto de abrigos y sábanas mientras espera escuchar un estallido a lo lejos que le anuncie que se acerca la hora de despedir el día y dormir.
*Mozart es el compositor de la obra conocida popularmente como Pequeña serenata nocturna, en alusión a esta tonada, Silvio Rodríguez incluyó en blanco fonograma Días y flores, la canción a la que referencia este texto, Pequeña serenata diurna.
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