(Al Maestro Tata Güines a quien tanto quise y admiré)

Tata Güines, con aquel virtuosismo que le sacaba el alma a los cueros.
Una de las maravillas de vivir tantos años y haberlos transitado en un ambiente de música y arte es la posibilidad de conocer y compartir con seres entrañables que llegaron a ser, por azares del destino, no solo amigos de mis padres sino también míos. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, el genial músico cubano, leyenda internacional, y mago de los cueros Tata Güines.
Con el paso de los años coincidimos, para fortuna mía, en espectáculos y estudios de grabación dentro y fuera de Cuba. El Tata, todo un caballero en su criolla tipicidad y con una agudeza filosófica soberana e intuitiva, provocó algunas de las mejores introspecciones y carcajadas de mi vida.
Un día en los Estudios Abdala compartiendo en la cafetería del estudio me aseguró bajito y sentencioso, con su grave manera de reflexionar sobre nuestra realidad inmediata: “¿Tú sabes, Amaurito, que es lo que está pasando ahora en Cuba?” No Tata, a veces no entiendo mucho. Le respondí. “Lo que ocurre es que la gente está usando la ropa de salir pa’ andar» ¿?
En otro encuentro y en algún bar de La Habana por los años noventa me convidó a tomar unos tragos con un admirador suyo, sueco por más señas, que había viajado desde Estocolmo para conocerlo. Le aseguré que yo no tenía dinero e intenté declinar el convite por ese motivo a lo que replicó: ¡Olvídate de eso, mijo, que el cara de c.. éste invita. Debo señalar que Tata Güines era un hombre respetuoso, pero hacer reír era casi un objetivo de vida para él; otro. Nos sentamos en la barra y Tata le decía al barman: ¡Sírvenos tres whiskeys que el cara de c… invita! eso se repitió tantas veces que empecé a asustarme de que el admirador del Tata no solo podría entenderlo, y se estuviera “haciendo el sueco”, sino, porque su emoción por invitar a beber a su ídolo, estaba dando muestras de cierto desorden por los efectos del alcohol. Se lo dije al Maestro, pero él insistió de que cara de c… no entendía ni una palabra de español. A punto de retirarnos, mientras el europeo pagaba la cuenta, discreta por demás, se dio vuelta hacia nosotros y le espetó al Tata en un confuso castellano: “¡Oye Tara, mí, hablar un poquiño epanol. Yo no ser cara de culu!” ¡¡¡MI HACER CACA MAMÁ TUYO!!! yo escapé del bar ahogado de la risa y Tata jamás volvió sobre el tema.
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