
De cara a su primera experiencia como diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, el avileño Orlando Concepción reflexiona acerca de su obra y sus nuevas responsabilidades. Foto: Invasor
De cara a su primera experiencia como diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, el avileño Orlando Concepción reflexiona acerca de su obra y sus nuevas responsabilidades
“Te voy a hacer una anécdota y ya después tú sacarás tus conclusiones”, dice Orlando Concepción González, sentado en la penumbra del teatro Reguero, vacío a pleno día.
Mientras hablamos, hacen ruido las obras constructivas en la Casa Museo –el local contiguo al teatro donde se expondrá parte de la historia de la compañía D’ Morón Teatro–, y el grupo ensaya La Calle de Federico afuera, bajo la sombra del portal.
“Un día nos vio trabajar en Grúa Nueva un miembro del Comité Central del Partido y nos quiso llevar a La Arrocera, en Florencia. Resulta que allí estuvo, antes del triunfo de la Revolución, el molino de arroz más grande de Latinoamérica.
“El molino se rompió en el Período Especial y los trabajadores de ahí tuvieron que irse. Este compañero había nacido ahí y vino a mí con un problema: el molino estaba reparado, pero la gente no quería volver, a pesar de que era casi la única fuente de empleo de la comunidad”.
Para allá fueron y pasaron 15 días durmiendo en las casas de la gente, movilizando los espacios públicos, haciendo arte comunitario… “Cuando nos fuimos, me acerqué a agradecerle. Y me dijo: ʹal revés, ¿tú sabes los discursos que me has ahorrado? ʹ”.
La anécdota sirve de preámbulo al objetivo de la entrevista. Después de haber contado una y tantas veces las historias entrañables de una compañía teatral acostumbrada más a la calle que a las tablas, cuyos artistas han dormido en colchón blando y, también, en colchonetas raquíticas en el piso, lo mismo en Guadalupe que en Las Veinte; el director de esa tropa maravillosa asume responsabilidades “extra artísticas”, si es que no nos percatamos que representar a los demás es también un arte, el más complicado quizás.
Sí. Orlando Concepción es, desde principios de febrero, uno de los 23 candidatos a diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Ciego de Ávila. Pero ese escaño al que aspira en el Parlamento no se lo ha ganado dando discursos. “Toda la vida he estado con ʹorejerasʹ. Enfocado en mi creación, en mi trabajo”.
Para él, en medio de toda la vorágine de visitas a Primero de Enero (municipio por el que fue propuesto), su reciente incursión en la política tiene dos lecturas.
Primero, “es un ʹproblemaʹ que me he buscado (sonríe). En estos días no he parado. El otro día nos fuimos para allá. Dimos un espectáculo simultáneo en Korea y en Grúa Nueva, uno en el mismo Violeta y un espectáculo humorístico por la noche. Y la gente me ve y me felicita, pero también me preguntan, me exigen…”.
Y luego, resuena dentro de su sistema de valores, como una muestra de democracia, la idea de que ningún cargo es sinónimo de privilegios. “Yo estaré en el Parlamento cubano, aprobando leyes por 15 días. Pero yo no tengo un kilo. Soy hijo de campesinos, instructor de arte, artista, apasionado del trabajo comunitario. Tengo un ‘polaquito’, pero ando más a pie que en él. Cocino con carbón cuando no tengo corriente y oigo a mi vecino quejarse. Escucho las inquietudes de mis hijos y no siempre tengo respuestas. No he ido a ningún lugar a pedir que voten por mí”.
Si algo no ha parado de hacer, en toda su vida, es teatro. “Y a veces siento que puedo hacer más por la cultura. Con el teatro puedo cerrar los ojos y saber que mi gente puede lograr cualquier cosa que yo proponga, y mejorarla. Tengo aquí una Yuleidis, un Omar, por mencionar algunos, que pueden hacer cualquier cosa. Pero siento que con la cultura no he terminado. Antes de llegar aquí, nadie soñaba con un teatro, una compañía, un proyecto comunitario, una casa museo… Yo era apenas instructor de arte y ahora hablamos hasta de un Proyecto de Desarrollo Local que lo integre todo”.
Sin embargo, algo hay en la intimidad en la que se hace teatro, en la conexión irrepetible con cada persona del público, que se parece mucho a la participación política. El teatro empodera, despierta, y uno se levanta de la butaca siendo otra persona. “Es la purificación de la tragedia griega”, acota él.
Es lo que ha estado haciendo toda la vida… Poniéndonos a pensar en la realidad que nos parece insulsa. Poniéndonos a pensar en el país que somos y queremos.
“El otro candidato de Primero de Enero es un guajiro trabajador, un muchacho que empezó en una cooperativa. Y a mí me propusieron allí porque es un municipio en el que ya he trabajado, con Crecidos por la Cultura. Hacerlo, también es un honor”.
(Tomado de Invasor)
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