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Imagen: Freepik.

“Bueno, pero no es para tanto”, “está mal, pero no es tan grave”, “ya están exagerando otra vez, aquí lo verdaderamente importante es…” He perdido la cuenta de lo a menudo que escucho o leo ese tipo de frases, posturas, cuando de causas feministas, contra la discriminación y la violencia de género, se trata. La verdad… hasta me agobian, y en las últimas semanas las he visto demasiado. Me dan miedo.

“Es un piquito nada más, ¿por qué forman tanto drama?”, le dijeron a Jenni Hermoso, a las futbolistas españolas, a quienes las apoyaron, cuando denunciaron el beso de Rubiales como lo que realmente fue: una agresión. “Solo es una canción, no es para tanto, la están malinterpretando, es resultado de una circunstancia cultural”, le respondieron desde diversos frentes a quienes identificaron en la canción Hacha, de Bebeshito, una normalización de la violencia machista. “¿Por qué te quejas tanto? Hay que saber aceptar un piropo…”, me contestaron hace unas semanas cuando puse en un estado que un señor X me había “regañado” por llevar un vestido corto. 

No es secreto para nadie -y menos para quienes leen esta columna- que suele bastar con asumir la agenda de género de una forma medianamente coherente para que algunos te tachen de exagerada. Ya no digamos si te declaras feminista, ahí los calificativos escalan hasta convertirte en aliada de Hitler, una feminazi. Y no es de ahora, llevamos décadas así. Pero de eso ya hemos escrito, bastante. 

La columna de hoy pretende polemizar sobre la subestimación de nuestras luchas, sobre los privilegios con que cuentan quienes oprimen, sobre lo que no resulta obvio, sobre la agresión que no es un golpe. Porque en sociedades profundamente machistas -patriarcales, aunque a algunos no les guste la palabra- la violencia de género es cotidiana, empieza por lo más sencillo y no siempre se ve

El 20 de agosto de 2023 la selección femenina de España triunfó en el Mundial de Fútbol de Australia y Nueva Zelanda; un torneo en el que, coinciden los expertos, todos los equipos dieron muestras de gran habilidad deportiva. Las españolas ganaron luego de años jugando en condiciones distintas a las de sus colegas hombres: con salarios más bajos, menos recursos y también menos respeto de las autoridades del deporte en su país. Lo que sí tuvieron durante todo ese tiempo fueron más trabas, más prejuicios y más incomprensión. 

En la conferencia de prensa previa a la final, una de las integrantes del equipo, Irene Paredes, recordó que ella y casi todas sus compañeras crecieron pensando que el fútbol era un lugar al que no “pertenecían”, con “pegas”, peores horarios y entrenadores poco preparados. “Si sirve para que vean que este lugar también es nuestro, que se puede jugar la final de un Mundial, que somos sus referentes… eso también es historia y nos hace verdaderamente felices”, señaló, cuando todavía no sabían que asaltarían el cielo y le colocarían una estrella a la camiseta.

Rubiales abraza a Hermoso justo antes de besarla sin consentimiento. (Crédito: Noe Llamas/Sport Press Photo/Zuma Press)

El 20 de agosto de 2023, en medio de las celebraciones por aquel hito histórico, cuando el orgullo nacional poblaba las redes de un país donde el fútbol es religión, el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, besó sin consentimiento delante de las cámaras, de la prensa, de los espectadores de todo el mundo que seguían en vivo el acontecimiento, a Jenni Hermoso, una de las jugadoras. La agredió sexualmente, para dejar de lado los eufemismos… y probablemente lo hizo porque pensó que quedaría impune.

Por suerte, el mundo avanza -aunque a veces nos parezca lento- y a los pocos minutos se extendió una respuesta colectiva de rechazo que fue escalando de las redes a la prensa, a las calles e incluso, a representantes del estado español. Y aunque en sus primeras declaraciones, Rubiales intentó minimizar el hecho, se negó a dimitir y se burló de quienes lo acusaban por (sí, justo eso…) exagerar; después de muchas idas y venidas -que incluyeron una suspensión de la FIFA por 90 días- el 11 de septiembre anunció el cese de sus funciones. Luego, fue acusado formalmente por agresión sexual en un proceso que se dirimirá ante la Audiencia Nacional.

Pero más allá del caso Rubiales, el “beso” fue el detonante para que la selección femenina iniciara un proceso de denuncias contra otros comportamientos estructurales, que llegó a las redes bajo el hashtag #SeAcabó. Las peticiones de las jugadoras para regresar a los partidos incluyeron cambios en el organigrama de la secretaría general, la dimisión de varios directivos y una nueva estructura del área de comunicación y marketing, así como de la dirección de integridad. 

A lo largo del proceso, no todo ha sido miel sobre hojuelas, tampoco en los medios. No faltaron los periodistas, también en Cuba, que minimizaron el asunto y se quejaron porque toda la situación opacara “lo verdaderamente importante”: el deporte. Algunos sugirieron, incluso, que las campeonas estaban haciendo una tormenta en un vaso de agua.

Y sí, por supuesto que da mucha rabia que la victoria estuviera mediada por un acto tan lamentable; pero lo que debería dolernos es que el hecho pasara, que un hombre blanco, rico, se sintiera con el derecho de agredir el cuerpo de una mujer delante de todos, como si no fuera nada. Quizás deberíamos dejar de juzgar a las víctimas y no al agresor. Porque, para que lo verdaderamente importante sea el deporte, este tiene que ser justo y desarrollarse en equidad.

Lo cierto es que esa batalla apenas comienza. Durante las próximas semanas, meses, veremos cómo se desenvuelve una situación en la que, por supuesto, median muchísimos intereses. Con suerte, sentará las bases para un fútbol femenino más justo. Pero mientras, encontrar en un partido de la Liga de Naciones a jugadoras españolas y suecas posando juntas con cartel que reza #SeAcabó. Nuestra lucha es global se parece mucho a la esperanza.

Según la Organización de las Naciones Unidas, la violencia de género comprende “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.”

Pero la socióloga Clotilde Proveyer, coordinadora del equipo asesor del grupo nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) para la atención a esta problemática social, insiste en ponerle otros apellidos: “es la violencia del patriarcado, sexista, que está condicionada por las relaciones de poder masculino existentes y que se ejerce sobre el género femenino o lo que representa este”.

En sintonía con Clotilde, algunos expertos usan una pirámide o un iceberg como expresión gráfica de que las violencias machistas tienen diferentes niveles de gravedad y de aceptación social. En la base de la pirámide están las agresiones más sutiles, las que se entienden como “normales” en una sociedad patriarcal: la anulación, la sobrecarga de tareas de cuidados, la distribución sexual del trabajo, el acoso callejero, los micromachismos, los sexismos que se esconden en las manifestaciones culturales y la industria del entretenimiento, el lenguaje sexista… también la violencia simbólica, descrita por la profe Isabel Moya.

Luego, según subes de nivel, las agresiones se vuelven más y más graves. En un segundo piso están los puntos de partida del ciclo de la violencia machista, los maltratos invisibles que anteceden al golpe: la humillación, el chantaje emocional, la cancelación, la desvalorización, la ciberviolencia, el desprecio, el control, los tratos de silencio… es decir, todas esas manifestaciones de violencia psicológica que explicamos acá.

Más arriba están las agresiones físicas: los golpes, el abuso sexual, las violaciones, la trata de mujeres; y también las amenazas, los gritos y los insultos. Finalmente, en la punta de la pirámide están los asesinatos de mujeres por el hecho de serlo: los femicidios o feminicidios. Allí se encuentran las expresiones más graves de la violencia, las que más duelen, las que más titulares suelen ocupar; pero quienes llegan hasta ahí recorrieron una pirámide completa de patriarcado que comienza en asuntos “no tan importantes”

El 27 de agosto, durante la tercera gala del Lucasnometro del verano, Oniel Bebeshito, uno de los reguetoneros del momento, cantó a capella las primeras líneas de la canción que tomó por asalto los bares, las fiestas, los boteros… y hasta las escuelas, durante el último par de meses en Cuba. Inmediatamente después, el público del cine teatro Yara coreó, bailó y marcó el compás de un momento de desenfreno donde, si algo quedó claro, fue la popularidad del tema. Unos días después la televisión cubana transmitió la gala íntegra y empezaron a estallar las alarmas.

Bebeshito canta Hacha, en la gala del Lucasnometro del verano. Foto: Lucas.

Y cuando se emborracha, hacha / Que rico lo pacha, hacha / Esta pa’ darle brocha, ocha / Está pa’ darle hacha, hacha cantó Bebeshito,  en una suerte de metáfora del sexo que se parece demasiado al maltrato, a la agresión. En las redes, varios se alarmaron por la vulgaridad de una letra que erotiza la violencia machista. Otros, muchos, la defendieron marcando las críticas como exageradas, usando el clásico “no es para tanto”. Algunos más alertaron sobre los riesgos de simplificar el análisis y degradar la música urbana sin tener en cuenta las circunstancias sociales y culturales en que se crea. 

No hay aquí nada nuevo bajo el sol y sí muchos debates que se montan unos sobre otros. Ni es la primera vez que una canción erotiza la violencia de género, convierte a las mujeres en objeto y normaliza comportamientos machistas; ni ha sido el reguetón el único género musical en hacerlo. Así, mal y pronto, me viene a la mente aquel clásico de Alejandro Fernández que reza Amigo, voy a darte un buen consejo / Si quieres disfrutar de sus placeres / Consigue una pistola si es que quieres / cómprate una daga si prefieres / Y vuélvete asesino de mujeres.

Efectivamente tenemos pendientes debates sobre política cultural, carteleras audiovisuales y formación ideológica, a los que hay que dedicarles tiempo y pensamiento. Pero el punto aquí trasciende los géneros musicales e incluso esos análisis… y no admite justificaciones. No hay defensa posible, o al menos no debería haberla, para una canción que naturaliza la violencia. Por supuesto que la canción es popular, que es resultado de un contexto cultural donde se percibe como normal; porque vivimos en una sociedad machista donde la violencia de género está latente, donde mueren mujeres. Eso no la hace correcta.

Ahora, entender los puntos de partida socioculturales de este tipo de letras sí debería marcar la diferencia en la forma en que se gestionan, que no necesariamente es el enfrentamiento. Necesitamos visibilizar en redes lo que está mal en canciones como estas, hay que denunciar su contenido y también que se compartan en televisión nacional, pero una cruzada contra una canción o un reguetonero específico no resolverá el problema. La solución a largo plazo pasa por un proceso de educación y sensibilización con los artistas, porque en definitiva el machismo y la violencia son transversales a la sociedad. Para ello, todos tenemos que despojarnos de muchos prejuicios.

¿Saben qué es lo que pasa con el acoso, con la violencia en general? Que, para entenderla, hay que vivirla. La impotencia, el miedo, el asco… cuando un profesor te guiña un ojo y te pide que te quedes después de clases, cuando un jefe se acerca de más para pedirte algo y roza tu espalda, cuando un conocido de hace mil años te escribe por Instagram para decirte que te ve más gorda pero que igual “estás bien buena para dártelo todo”, cuando un videoclip nos reduce a objetos decorativos, cuando no encajas en el cánon de belleza preestablecida, cuando un hombre cualquiera te regaña en el medio de la calle por llevar un vestido muy corto, cuando otro te atraviesa en medio de un paseo con tu hija y te dice que “con lo rica que estás, hasta a la niña te cría”, y tú solo quieres que la tierra te trague, que la niña no escuche. 

No es cierto, me desdigo, no hay que sentirla. Solo hay que tener empatía, ponerse los espejuelos violetas y abrir los ojos, la mente, ante la agresión y el machismo. El reto aquí va de deconstruirnos, de desaprender todos esos roles y comportamientos que nos enseñaron como correctos, porque no lo son. Toca, por tanto, dejar de minimizar los problemas, de exigir que hablemos bajito, que “protestemos, pero no tanto”. Sueño con el día en que ya no nos digan que estas batallas no son tan urgentes, o tan importantes, que no las pospongan. 

Porque “lo verdaderamente importante” tiene que ser apostar por la igualdad, por la equidad, por el fin de la violencia… para ponernos vestidos sin que nos agobien, para que nadie nos bese sin consentimiento, para que las futbolistas tengan los mismos derechos que sus colegas hombres, para que la música sea y represente sin normalizar la violencia, para que nadie sufra por no encajar en la norma, para que no haya mujeres violentadas, para que no las maten. Porque si algo debería estar claro a estas alturas es que en esta lucha todo importa, incluso lo que no parece grave.

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